Las consecuencias del mal menor
Escribir sobre la masacre en Bagua me hace sentir mal. Porque nunca presté atención al problema en la selva y a la difícil situación de los nativos. Porque recién hace dos semanas me enteré del conflicto por una pequeña nota en la página nueve de un diario. Pero hoy, con una cifra de muertos aún sin confirmar –y que tampoco importa cuántos sean porque uno solo basta–, los medios tradicionales sueltan información con intereses detrás. Y los medios no tradicionales (entiéndase principalmente blogs) se vinculan y citan los unos a los otros e inician ‘campañas’ que se quedan en simples banners.
Lo que yo creo es que todos debemos sentir la misma culpa, porque a pesar de contar con una economía galopante, haber resistido la crisis y sido la sede de dos grandes cumbres mundiales, hemos visto repetir los mismos atropellos del señor Alan García, el que ordenó la matanza en los penales y dejó el país hecho mierda, literalmente. Hace tres años lo volvimos a elegir (yo no voté en esos comicios, pero, no sé por qué, me siento culpable también) y, vaya sorpresa, en una sola semana quiso expropiar un canal y azuzó a policías y a indígenas para que se desangren entre sí. "Intereses internacionales", dijo el presidente. Yo lo llamaría desinterés nacional.
Y al final de su mandato, pondremos las cosas sobre la balanza (como si el PBI en crecimiento valiera tantas vidas) y diremos que deja las cosas bien. Y volveremos a cometer el mismo error. El del mal menor. Ese símbolo de la mediocridad. Ese gesto de incapacidad que tenemos para elegir a quienes gobiernan el país.
Este es un escrito dolido de verdad. Dolido por los errores que cometemos. Dolido por las tonterías con las que nos conformamos. Porque creemos que estamos mejor que antes, pero cosas como estas funcionan como una bofetada y un escupitajo que nos deben avergonzar. ¿Qué ocurrirá en el 2011? ¿Otra vez volveremos a ver la peor cara de nuestras épocas más aciagas? ¿Volveremos a dejarnos convencer por la demagogia y el populismo? ¿O aparecerá algún otro desastre que nos engañe con la solución cercana y el discurso fácil? No podemos permitir ni la brutalidad fascista ni la pesadilla socialistoide. Hay que ver la forma de cambiar. Esta vez de verdad. De lo contrario, estamos casi condenados.