Neda
Neda cae. Se ven primero sus jeans y zapatillas. Símbolos de la cultura occidental. Luego es notorio que lleva un turbante, ¿ícono de tradición o de no secularización? La cámara avanza a tumbos hacia ella para ver cómo sus ojos se desvían. Ahora se blanquean. La gente a su derredor la socorre. Gritan lo que parecen alaridos de horror, pero deben ser reclamos de ayuda en una lengua que no comprendemos.
Neda convulsiona. La cámara sigue apuntándola como la apuntó seguramente el arma culpable de la tragedia. “Ella se muere”, parece escucharse. Es solo una similitud fonética, aunque los significados tampoco deben ser muy lejanos. La sangre empieza a brotarle a chorros por la nariz y la boca. Le cubren la cara de rojo, formando surcos que parecen grietas, como un rostro hecho trizas.
Por ese instante, Neda ya debe estar muerta. Quizá estuvo muerta desde un inicio y lo único que le otorgaba vida eran los inútiles intentos de salvación de quienes la rodeaban.
Ese el explícito video que se ha convertido en imagen de la represión en Irán. Otra vez ese horrible poder de la imagen es el que nos despierta. Por eso la descripción detallada y la ausencia de vínculos ni imágenes. Simplemente no deben ser necesarios.