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"Low" de Bowie

Publicado: 2009-07-24

Cuando me apresuran a contestar la clásica pregunta sobre mi disco favorito de la historia, no lo pienso mucho y digo Low de David Bowie. Y soy consciente de que dejo fuera títulos como Pet Sounds de los Beach Boys, el epónimo The Velvet Underground, el álbum blanco de Beatles, e incluso Loveless de My Bloody Valentine.

Una de las razones sería que puedo escucharlo en cualquier momento y lugar. Es más, en cada situación adquiere una dimensión distinta, lo que lo convierte en no uno, sino muchos discos a la vez. Si prefiero poner a Joy Division cuando estoy solo en mi cuarto o a Depeche Mode con un grupo de amigos, con esta joya de Bowie no hay excusa ni estado de ánimo que se interpongan, y puedo escucharla cinco veces seguidas sin que llegue a saturarme, contrariamente a lo que me pasa con cualquier otro trabajo.

Los once temas que componen el álbum, más que adelantarse a su época, parecen sacados de algún rincón atemporal, irreproducible y etéreo como su autor. La experimentación de Bowie llega con Low a un punto de quiebre extraño: en su paso a Berlín, en una especie de limpieza –a medias– de los tormentos de la adicción, la depresión y otros fantasmas; una etapa en que los álter ego se volvían innecesarios ante la volatilidad de su propia personalidad.

Quizá lo que más me cautive del disco sea su bipolaridad: la fuerza electrónica y bailable de los primeros 20 minutos contrastada con los temas largos, instrumentales y vanguardistas de la segunda parte. Todo perfectamente enlazado con “A New Career in a New Town”, pieza intimista como todo el álbum. Pocas veces he podido percibir un cambio tan brusco y a la vez tan preciso.

Low puede oírse como un disco robótico, alienado y frío en comparación con la etapa Ziggy Stardust. Pero es una frialdad asesina, la frialdad de una inyección letal que comienza con convulsión y termina en letargo. Una obra para aprender a escuchar.


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